Sigilosamente.

Sigilosamente llegó la tristeza.
Su tenaza gris y oscura.
¿Entró quizás escondida en el ruido del tráfico por la ventana?
¿Me esperaba acaso agazapada en el asfalto?
¿Confundida en el oscuro alquitrán?
La tristeza es siempre carencia de algo o de alguien.
¡Mi alma me lo decía!
A pocos centímetros, mi corazón,
no supo escuchar,
no quiso escuchar.
Necesité dejar fuera el ruido,
alzarme sobre el ruido,
el ruido que interrumpe,
que separa,
que aísla.
Comprendí mi soledad en el instante en que pronunciaste mi nombre.
Y te sentí lejos… borrosa imagen que apenas adiviné, distante.
Entre la agonía de mi confusión vi tu mano abierta,
esperando la mía.
Brillar tus ojos,
como faros encendidos,
en la noche incierta.
Me vi, por fin, reflejado en ellos,
caminando a tu lado bajo la dulce luna de otoño.
Y las aguas se calmaron.
Y se disipó la niebla.
volvió entonces la felicidad secreta.
mano en la niebla

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *