¿Qué es para mí componer?

Crear paisajes que no existen.
Dibujar escenas imposibles.
Imaginar utópicos diálogos que juegan a ser reales.
Rememorar momentos mágicos que jamás volverán.
Perseguir hadas, desenterrar demonios.
Plantear problemas, buscar soluciones, encontrar respuestas.
Viajar por la oscuridad, buscando siempre la luz.
Surcar mares inciertos,
dejándome llevar por el rumbo impredecible de mis pensamientos.
Escribir una carta en el viento,
dejarla volar,
con la esperanza de que sea recibida por un corazón sensible.
Sondear el abismo,
pasear por misteriosos bosques,
descansar en soleados prados,
visitar altísimos lagos de aguas cristalinas.
donde ver reflejados mis sueños.
Es desnudar el alma y mirar adentro,
muy adentro y, sobretodo,
escuchar,
escuchar con mucha atención mi voz interior,
la que existió desde tiempos remotos,
desde siempre,
desde el principio,
la que me habla de quien soy,
de cuáles son mis anhelos,
mis aspiraciones más profundas.
COMPONIENDO

Escrito en las estrellas

Y tu rostro encendido brillaba en la noche.
De nuevo el murmullo callado
del agua que suena,
susurra antiguas palabras,
las escribe en la arena.
Palabras furtivas,
que sólo el corazón entiende,
y que nunca a los labios llegan.
De nuevo, el mar nos aleja,
un mar de sombras,
bajo la luna nueva.
Abismo negro que llama, torrente oscuro que llega.
Helada escarcha silente se cierne sobre mis velas.
Busco mi rumbo, confuso, escrito en las estrellas.
Al espacioso firmamento, pregunto con el alma inquieta
¿Dónde está el puerto seguro?
¿Dónde trazada la senda?
¿Dónde el faro encendido,
cristal transparente,
sobre la inmensa mar desierta?
Sólo el silencio lo sabe, sólo el silencio que llega.
Con oscura voz lo revela:
donde viven los sueños rotos por la eterna espera.
Sueños que llegan, peregrinos, sin que sus dueños lo sepan.
Y se reconocen y se abrazan, tan pronto como se encuentran.
Y viven lo no vivido en la otra vida despierta.
Aurora boreal

Donde no muere la hierba

Tan sólo me basta un gesto.
Una mirada.
Una punzante sonrisa.
Para entrar en un mundo dorado,
donde no muere la hierba.
Mundo soñado,
que el cuerpo no conoce
y que el corazón espera.
Tu apariencia me distrae de lo que eres.
Lo que eres me recuerda lo que fuiste.
Sin bruma y sin niebla.
Desde el principio.
Arena finísima.
Cristal transparente.
Perfumada brisa.
Puerta detrás del armario.
Fantástica senda, intuida y no vivida.
Sólo con los ojos cerrados puedo verla.
Se desdibuja a lo lejos y tiembla,
etérea, fina e inquieta.
Nos conocimos allá, en aquel sitio,
haya donde el tiempo no cuenta.
¿Recuerdas?
Donde lo no nacido se abraza,
donde no muere la hierba.
Donde no muere

Arriesgarse

Todos, absolutamente todos, tenemos puntos fuertes y talentos.
Tenemos sueños, aspiraciones.
Pero si examinamos nuestra vida, día a día, nos damos cuenta que nuestra manera de pensar, hablar y de obrar no expresan, demasiado a menudo, esos sueños, esos ideales.
Y seguimos navegando en esa falsa comodidad, dejándonos «arrastrar» por la vida, más que viviéndola.
Lo peor que puede sucedernos es que los días, primero se conviertan en meses,luego en años…
Dejando siempre para más adelante las decisiones que sabemos que debemos tomar y, en algún momento triste, muy triste, miremos hacia atrás y pensemos qué fue de nuestros ideales, donde fueron nuestros sueños, en definitiva, qué fue de nuestra vida…
Somos como los peces que no pueden comprender el agua al estar sumergidos en ella.
Por lo general carecemos de una apreciación real de quienes somos en realidad.
Cada uno nosotros es una curiosa y preciosa mezcla de habilidades, talentos, puntos fuertes, conflictos y debilidades.
Para descubrirlos necesitamos estar muy atentos, escucharnos, observarnos y para eso hace falta tiempo para estar consigo mismo y silencio…y lo que es más difícil,
arriesgarse.
Arriesgarse a equivocarse, a tropezar, a tener que empezar de nuevo, a dar marcha atrás, a romper con lo que nos impide avanzar.
Las personas realmente extraordinarias, son como las polillas.
Persiguen luces brillantes y lejanas , incluso si eso supone de vez en cuando salir con alguna que otra quemadura.
Así que…¡ahí están!
¿No los ves?
Son tus sueños, tus ideales.
Todas esas cosas que siempre has querido hacer y nunca te has atrevido.
Te están mirando desde la otra punta de la habitación, en el armario.
¿A qué esperas para levantarte de tu cómodo sillón para recogerlas?
polilla en la luz

 

 

Rompiendo barreras

Lo peor que puede sucedernos es enamorarnos de nuestras cadenas, del muro que nos impide avanzar.
Es fácil saber que estamos atrapados.
Cuando esto ocurre, nos sentimos agobiados, desbordados por cualquier esfuerzo.
Cada paso adelante, se convierte en una lucha contra todo y contra nosotros mismos.
Con los pies hundidos en el barro, nuestras ideas se agotan, nuestra lucidez mental desaparece, la inspiración se evapora.
Sí, es fácil saberlo…lo difícil es reconocerlo.
Sí, reconocer que has de romper con aquello que tanto amas, que tanta vida y felicidad te ha dado en su momento y que se ha convertido, contradictoriamente, en lo que ahora te impide avanzar.
Reconocer que debes cortar las cadenas  y que, al hacerlo, inevitablemente, sentirás dolor, como si perdieras una parte de ti mismo.
Permíteme que te confiese que yo me encontré no hace mucho en esta encrucijada.
Y decidí, afortunadamente, tirar el muro, romper mis cadenas.
Y,  por supuesto, sentí dolor, y lo que es peor, causé dolor.
Y permíteme también que te diga que ha valido la pena, siempre vale la pena.
Detrás del muro encontré un nuevo camino  lleno de posibilidades.
Ahora puedo ser yo mismo, sin ataduras.
Las ideas fluyen.
La creatividad se expande.
La inspiración ha vuelto.
Y vuelvo a pensar que,
llevar una vida feliz,
no consiste en lograr grandes éxitos,
ni reconocimientos,
ni conquistar grandes metas…
sino, simple y llanamente,
en estar donde quieres estar,
haciendo lo que quieres hacer,
aquí y ahora,
siguiendo siempre tu voz interior,
no sólo por tu propio bien sino,
y sobre todo,
por el bien de los demás.
muro

 

Con el sol en las manos

Me siento muy afortunado de poder decir que en, el oscuro e incierto camino que es la vida, me he encontrado con personas que parece que tienen el sol en las manos.
Son personas excepcionales, extraordinarias, faros dorados que iluminan con su bondadosa luz a los que tienen a su alrededor.
Tienen la prodigiosa capacidad de iluminar nuestras cualidades y ocultar los defectos.
Es tanta su claridad, que son capaces de ver lo que necesitas de ellas en cada momento.
Dejan un rastro imborrable en nuestra vida.
Es irresistible no acercarse: su luz es tan intensa y pura, que nos sentimos sobrepasados por tanta belleza.
Podría ahora abrir mi corazón y decir numerosos nombres: profesores, alumnos, amigos, familiares….incluso desconocidos con los que he intercambiado sólo algunas palabras, una mirada.
No es fácil mantener el sol en las manos.
No tener miedo de lo que ilumina de nosotros mismos.
A veces, quema.
Lo he visto brillar en manos de algunas personas,
sólo por un momento,
sólo por unos días…
en ese momento perfecto,
parecen flotar en el aire iluminadas por una felicidad y claridad tan intensa que no son capaces de mantener.
Se necesita tiempo, paciencia, coleccionar trocitos de luz día a día para poder brillar constantemente sin quemarse.
Las grandes personas no lo son por lo que saben, o por lo que producen, lo son por lo que proyectan, por lo que reparten.
Sólo tiene luz quien ha ido recogiéndola, cultivándola.
Quien ha aprendido que,
para mantener el sol en las manos,
se necesita la valentía de aceptarse a sí mismo tal cual es,
y comprender que, sólo tiene sentido, si es para iluminar a los demás.

con el sol en las manos

El prodigioso y extraño arte de saber escuchar.

Reconozco que me cuesta mucho no interrumpir a los demás.
Mientras habla la otra persona, las ideas se agolpan en mi mente y tengo que hacer un gran esfuerzo para contenerlas.
Valoramos excesivamente a las personas que saben hablar.
Las voces que se expresan de manera convincente, con palabras precisas y argumentos rotundos.
La riqueza interior es otra cosa.
Se expresa de forma muy diferente.
Gusta de rincones solitarios donde se refugian las dudas y la paciencia.
La sabiduría que merece la pena, habla poco y prefiere cultivar una curiosa atención por las historias ajenas.
El que sabe escuchar atiende a las palabras con el gesto,
con los ojos,
con las manos,
con los labios,
convierte su silencio en un profundo acto de respeto y de amor,
en una forma de cuidar al otro,
de entender,
de esperar…
y después, sólo después, sabe decir, que no es lo  mismo que saber hablar.
Las personas que saben escuchar son un extraño y prodigioso tesoro.
Tengo la gran suerte de conocer algunas.
Ojalá algún día tuviera la fortuna de convertirme en alguna de ellas…
Silencio

 

 

 

 

Casualidades que asustan.

¿Crees en el azar o por el contrario piensas que lo casual no existe y que todo tiene un fin y está escrito de antemano?
Querría compartir algo contigo que me ha ocurrido y me ha hecho reflexionar estos días.
Para mi, escoger un libro, en una librería o en una biblioteca, era un auténtico problema.
Pasaba mucho tiempo mirando portadas, paseando indeciso,  leyendo argumentos… hasta que, un día, descubrí un método infalible y rápido para realizar mi elección en menos de un minuto.
Entro en la biblioteca, me sitúo delante de una estantería llena de libros. Con mucho cuidado de no mirarlos, cierro los ojos, respiro hondo y con mi mano abierta me dejo guiar por el azar y, en una especie de pequeño estado de trance, dirijo mi mano abierta al viento hacia uno de ellos y… ¡ese es el elegido!
Muchas veces son libros con portadas vulgares, que yo nunca hubiera escogido, sobre temas que no me hubieran parecido interesantes, pero que después han resultado ser una gran sorpresa, y encierran una riqueza insospechada que nunca hubiera podido imaginar..
El pasado domingo 15 de diciembre mi familia y yo  tuvimos un accidente de coche.
Nos dirigíamos los tres a un pueblo pequeño para hacer una excursión y disfrutar de la naturaleza por una carretera comarcal , cuando una placa de hielo que ocupaba toda la carretera me hizo perder completamente el control del coche y caímos por un terraplén.
Afortunadamente, y pese al gran susto, estamos bien, no sufrimos daños graves.
Unos días antes, el 10 de diciembre, fui a la biblioteca, como muchas otras veces, cerré los ojos, paseé mis manos por los libros y el elegido resultó ser un libro de portada más bien fea y poco prometedora titulado «Hija de la memoria» de Kim Edwards, autor, como muchas otras veces, totalmente desconocido para mi.
Al regresar del hospital, ya en casa, abro el libro y empiezo a leer.
Una mujer va a dar a luz, su marido se dispone a llevarla al hospital en una fría noche de invierno y en la página cinco está escrito lo siguiente:
«Cuando giró hacia la calle principal, pisaron una placa de hielo y el coche patinó unos segundos, cruzando la intersección, acabando en la cuneta»
Vuelvo a leer la frase asombrado.
Parece una descripción perfecta de lo que nos sucedió a nosotros.
¿Pura casualidad?
Probablemente.
Pensar en una oscura premonición, de todas formas, me parece inevitable, ya que, precisamente, nuestro accidente ocurrió exactamente como pone en el libro: cuando giré también hacia la calle principal del pueblo.
Los hilos del azar son misteriosos y mágicos, gobiernan nuestra vida de una manera más importante y decisiva de la que nos gustaría reconocer.
¿Casualidad, puro azar, premonición, advertencia…?
Sólo una cosa es segura: a partir de ahora voy a prestar mucha más atención a lo que lea.
¡Feliz Navidad!
La nuestra la vamos a vivir como un gran regalo que nos ha dado la Vida.